sábado, 1 de noviembre de 2008

PANDO BOTIN MILITAR





Pando se convirtio en un botin militar, es la razon principal por la cual el gobierno le cuesta levantar el estado de sitio, el prefecto-militar que actualmente tiene, roba todo el presupuesto, y el resto lo manda a la paz, remplazo en la prefectura a los pandinos por gente de el alto, a la cual le deben favores y ahora le permiten cobrarse con lo que puedan hasta con las sillas.
En dias pasados, en la noche un pobre hombre fue herido por un militar, por que faltaban dos minutos para el toque de queda , y el no se apuro a ir a su casa. Era un hombre de escasos recursos y nadie pago por el hospital.
La prensa tiene terror de decir cualquier cosa, por que ahora por solo decir que uno esta en contra de Evo se lo llevan detenido a la Paz y quien sabe que le suceda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuchita, por si aún no conoce el tema qui le dejo el texto completo.
hágalo circular porfa
http://elistas.egrupos.net/lista/abajocadenas/archivo/indice/1781/msg/2275/

Asunto: [AC-E] Desarrollar la teoria... (ahora es practica)
Fecha: Jueves, 20 de Febrero, 2003 12:26:56 (+0000)
Autor: José Francisco Domínguez Baussou
El documento que a continuación anexo, es una pieza del mas crudo corolario de ideas de un proceso pernincioso y ultraizquierdista que desde hace tiempo atraz se viene fraguando en nuestro pais a la espalda de la inmenza mayoria de los venezolanos.

Este documento llega a mi, en el año 1999, especificamente durante el mes de Diciembre, cuando me desempeñaba como Director Ejecutivo del CONICIT Carabobo, compartiendo gestión con el Ing. Carmelo Ecarri, quien era presidente de dicha isntitución.

Una vez iniciadas algunas medidas políticas algo contradictorias con el discurso político del presidente Chavez, sobre todo aquel que se pintaba durante las largas cadenas de cuentadante al pueblo de Venezuela, me acerque en un acto publico en la ciudad de Caracas a quien para la fecha aun era mi amigo, el Tte. Diosdado Cabello quien era presidente de CONATEL y le solicité que me explicara que era eso de radicalizar la Revolución Bolivariana y que, hacia donde iba todo esto, que ya para esa fecha yo veia mucho autoritarismo desmezurado y que habia que endurecer hacia adentro y flexibilizar hacia afuera, para poder "cogobernar".

La respuesta de mi "amigo" fue. Cito: hay que radicalizar el proceso, mira esa es la diferencia de los que conspiramos cn Chavez y los que conspiraron con Gruber y con Vizconti, que ustedes no entienden el fundamento revolucionario, porque esos comandantes del golpe del 27N, solo se lanzaron a una aventura eso era el golpe de COPEI.../
Yo le replique y le dije que no que al contrario, nosotros inspiramos el alzamiento en la revolución de cambios positivos para Venezuela, que estubo isnpirada en sendos documentos y textos de la vida y obra de Miranda y que el Dr. Uslar Pietri, nos adoctrinaba sobre la refundación de la patria tal y como lo soño Miranda al formar la 1era. Republica.../
Ademas Jessi y Tú estubieron allí y participaron el 27N, a lo que el respondio de inmediato:.../ Que va nosotros solo nos coleamos para liberar a los comandantes, sabes que ustedes en Maracay fueron mesquinos al no invitarnos.../
Yo ni respondí porque nisiquiera ftube una posición de comando durante el 27N.
Luego el me dijo que le diera mi correo para el enviarme algo que ellos estudiaron a fondo desde el juramento de los comandantes en el Saman de Güere, que los liberales de Felipe Antonio Acosta Carles y Raul Baduel, no lo compartian, pero respetaban la desición decla mayoria de los otros comandantes, de tomar ese fundamento como propio para impulsar una revolución popular de base.

Bueno sin más aqui lo anexo, rebuscado y encontrado en mis archivos electronicos del CONICIT.

A CONTINUACIÓN EL ENLACE
[Adjunto no mostrado: =?iso-8859-1?B?RGVzYXJyb2xsYXIgbGEgdGVvcu1hIGRlIGxhIHJldm9sdWNp824uZG9j?= (application/msword) ]
ESTE ES EL DOCUMENTO DEL ENLACE
Desarrollar la teoría de la revolución

El propósito de este punto será presentar algunas opiniones acerca de la teoría de la revolución: el tema es muy vasto y con tantas implicaciones históricas, teóricas y políticas que es imposible abordarlo de manera exhaustiva, y nuestra elaboración conserva lagunas importantes. Comenzamos con algunos lineamientos referidos al carácter y a la dinámica de la revolución socialista, en el que se incluyen elementos de balance sobre la teoría de la revolución permanente. Luego realizamos una indagación de la concepción de la revolución como "proceso histórico", deteniéndonos en lo referente a la cuestión de la insurrección y de la lucha por el poder.
El carácter y la dinámica de la revolución socialista mundial
Aunque los fundadores del marxismo concibieron la revolución socialista como un proceso internacional, la Segunda Internacional desarrolló una práctica y teoría de cambios evolutivos y a escala nacional, hasta que la guerra y la revolución rusa trajeron nuevamente a un primer plano las cuestiones atinentes a la revolución mundial. Posteriormente, y en particular después de la Segunda Guerra, estalinistas y socialdemócratas se ocuparon de enterrar nuevamente las perspectivas internacionalistas, desarmando al movimiento obrero mundial y dejando el camino expedito a la "mundialización del capital". En la actualidad se replantea, bajo nuevas condiciones, el carácter planetario de la revolución, pues es en este terreno en el que cada vez más se desenvuelven las confrontaciones sociales. Se multiplican los indicios de que el destino de los trabajadores o sectores oprimidos de cualquier nación depende de la capacidad para converger en una acción internacional contra el poder económico, político y militar del sistema capitalista mundial. Es que hoy, como nunca antes en la historia, el mundo conforma una unidad económica-social inextricable. Esto no implica una unidad homogénea del sistema: existen contradicciones entre la economía mundial y las economías nacionales o los bloques regionales, brutales asimetrías e incluso marginación de vastas regiones del globo: el capitalismo mundializado es también caos planetario. Más allá de los crujidos y desajustes del sistema mundial de Estados y sus macro-instrumentos (ONU, OTAN, FMI, etc.) crecen la explotación, la opresión y las acciones para mantener la subordinación de todos los pueblos del orbe. No hay márgenes para proponer revoluciones o socialismos "nacionales" y, por ello, incluso si la formulación que diera León Trotsky debiera ser modificada a la luz de casi un siglo de experiencias revolucionarias de todo tipo, cabe insistir en el enfoque que adelantamos en la Presentación: revolución permanente, revolución internacional, revolución total.
Dada la subsunción de todas las relaciones sociales de producción y aun de las más dispares formaciones económico-sociales a las imposiciones del capitalismo mundial, cualquiera de las grandes tareas que se le presentan a las masas en cualquier lugar del mundo (sean antiimperialistas, democráticas, agrarias, ecologistas, feministas, etc.), para tener perspectivas de ser resueltas de manera no parcial o efímeramente, deben encadenarse en una estrategia de transición al socialismo. Cualquiera de estas luchas desprendida de un curso apuntado contra la dominación del capital se condena a la esterilidad. El universo del capital globalizado sobredetermina cada una de estas reivindicaciones y las coloca en su radical oposición, si de verdad éstas asumen un desenvolvimiento radical. Ninguna de estas tareas pueden resolverse de manera independiente, separada o en formas alternativas o sucesivas, pues constituyen un todo complejo de desafíos, que se halla internamente imbricado y externamente unificado en su oposición a la barbarie capitalista. ¿Cómo separar en problemáticas o temporalidades diferentes la lucha por mejores condiciones materiales de vida de los trabajadores, de la que busca garantizar el derecho al aborto, de la que procura acabar con la destrucción del medio ambiente provocada por las grandes empresas, de la que pugna por encontrar nuevas y menos alienantes formas de socialización juvenil, de la que quiere acabar con las discriminaciones y opresiones nacionales, sexistas, raciales o culturales? ¿Cómo escindir cada una de estas peleas del enfrentamiento al sistema y al Estado capitalistas que engendran aquellos y otros tantos motivos de lucha? Es que no hay antagonismo alguno en la actualidad que no se encuentre conjugado al que emana de la existencia del capitalismo globalizado. Es por eso imposible pretender postergar las transformaciones socialistas en aras del cumplimiento de objetivos previos. Cualquier "éxito" episódico se torna pronto inservible, colapsa, se desnaturaliza. Es que el capitalismo ha aprendido en estos siglos a recuperar las cuotas de beneficios, autonomía e iniciativa que le logró arrancar la protesta y acción de los trabajadores, para metabolizarlas como nuevas formas de explotación, alienación y dominio.
Y, por otro lado, la resolución de cualquiera de estas tareas exige la movilización y autoorganización de los implicados, cuya acción directa debe apuntar a la liquidación de la propiedad privada y los Estados que la custodian, sentando las premisas para una transición que logre, efectivamente, ir más allá del orden del capital. La experiencia histórica ha demostrado que cuando se liberan las potencialidades revolucionarias de las masas y éstas encuentran los medios para autodeterminarse en los procesos de lucha, se ponen de manifiesto las tendencias profundas y los inagotables recursos humanos capaces de sostener el carácter permanentista de la revolución socialista. En definitiva, todo esto nos lleva a vislumbrar los enormes horizontes que descubre la revolución socialista. Verdadera epopeya consciente de la humanidad, la revolución por la que los marxistas luchamos es profundamente abarcativa y reacia a los límites. La revolución socialista no se define por una mera alteración económica de los factores de producción o un cambio de las formas de propiedad (de privadas a estatales). No debe limitase a tareas pura y exclusivamente políticas, como derrocar un gobierno o remover un régimen político por otro que actúe en nombre de la clase trabajadora. No se conforma con un decreto de liquidación de ciertos grupos sociales parasitarios y explotadores para atenuar las desigualdades. No debe contemporizar con las otras formas de dominación no comprendidas exclusivamente en términos económicos (sobre los jóvenes, los ancianos, las minorías sexuales, los grupos que defienden su identidad étnica o nacional y, por sobre todo, las mujeres), rechazando ese insidioso y disfrazado etapismo que posterga para un futuro indeterminable la resolución de estas miserias insoportables en el presente. Como dijimos, la revolución socialista debe desarrollarse como una revolución total, radical. Por eso, y en la actualidad más que nunca, es imperioso identificar e identificarse con los nuevos actores sociales resistentes al sistema para enlazarlos al destino de la clase trabajadora. Lo que implica un combate no sólo político, económico y social, sino también cultural y moral. La revolución sólo podrá desenvolverse a condición de que apunte contra las múltiples formas de explotación, dominación, opresión y alienación presentes en la sociedad contemporánea, y se oriente contra la usina de cada una de ellas: el capitalismo globalizado.
Finalmente, pero no por ello menos importante, cabe subrayar la necesidad de concebir a la revolución y el socialismo como hechos conscientes, construidos por una subjetividad revolucionaria que en ese proceso también se revolucionará. Las revoluciones, y en particular la revolución socialista, no deben ser concebidas como una resultante más o menos natural de fuerzas económicas y sociales que, por el hecho de existir impulsarán la historia en tal o cual sentido. Siempre hay una combinación de determinaciones estructurales, de oportunidades coyunturales y de decisiones de los sujetos políticos y sociales que actúan, haciendo o dejando de hacer determinadas cosas. El curso de la revolución está dado por esos tres elementos. Nuestro siglo ha visto muchos tipos de revoluciones, y esta misma diversidad demuestra que el curso y carácter efectivamente socialista de la revolución no depende solamente de las condiciones socio-económicas de un país, ni del peso absoluto y relativo de las clases sociales, ni siquiera de quién la dirige, sino que es un proceso en el que se combinan todos esos elementos. Debemos concebir a la revolución -ya Marx lo había dicho así- como el cambio de las "circunstancias" (vale decir, de las condiciones materiales en las que viven los hombres y los empujan a la revolución) junto con el cambio de los protagonistas en el curso del mismo proceso. Para hacer la revolución, la clase obrera, los explotados en general y también los partidos revolucionarios, deben ser capaces de revolucionarse en el curso mismo de la revolución. Todas estas son enseñanzas que deberán ir reemplazando las concepciones objetivistas fuertemente anudades en la tradición trotskista, y muy concretamente en nuestra corriente. El derrumbe de los estados burocráticos y la bancarrota de las revoluciones de posguerra demostraron el carácter pírrico del "triunfo" y las conquistas alcanzadas por estas transformaciones que no tuvieron (o detuvieron) un curso permanentista de transición al socialismo. Revoluciones que no se transformaron en socialistas se estancaron, se pudrieron y parieron, finalmente, abortos históricos condenados a la ignominia.
Todo esto conduce a destacar otros dos elementos. Por un lado, la importancia que asume el desarrollo de la conciencia socialista, antes, durante y después del momento de la lucha por el poder. Conciencia socialista que no podrá estar enteramente contenida o "monitoreada" por el partido, sino que deberá estar ampliamente extendida (e incluso permanentemente recreada) en el movimiento de masas. Por el otro, como ya hemos adelantado, la necesidad de reconocer la existencia de múltiples sujetos sociales y políticos con capacidad de actuar e incidir en los procesos revolucionarios. Todo lo cual nos conduce a una superación de otros límites presentes en la tradición del movimiento trotskista con los que debemos romper, como el obrerismo, el sindicalismo o el reduccionismo economicista. Claro está, todo esto debe ser procesado teórica y prácticamente, sin derivar en un subjetivismo estéril o en un relativismo indeterminista que imagina sujetos sociales difusos, amorfos e inofensivos, desprovistos de vitalidad y radicalidad para enfrentar al orden capitalista.
La revolución como proceso histórico
La revolución socialista es un proceso histórico, es decir, no se agota ni en uno de sus momentos ni en una de sus etapas en determinado país. Pero es preciso que examinemos algunas de las implicancias que tiene esta definición, tanto desde el punto de vista de la ciencia histórica en general como del marxismo en particular. Todo trabajo histórico descompone el tiempo pasado y escoge entre sus realidades cronológicas. El tiempo histórico no puede ser comprendido ni medido de una sola manera. Los historiadores lo han venido examinando esencialmente en tres grandes niveles.[1][1] Algunos se han interesado especialmente en el "tiempo largo", poniendo el acento en todo aquello que es casi inmóvil o se altera muy gradualmente. Como creía Fernand Braudel: la historia como estructura; la estructura como conjunto o ensamblaje de muy larga vida, que puede durar a través de muchas generaciones. En este tiempo de "larga duración", se exalta lo que se conserva, lo que resiste a las sacudidas conflictivas a través del zigzagueante sendero de las coyunturas.[2][2] Otros historiadores, están más atentos al cambio, a la transformación de esas estructuras. Entonces, nos hablan de "tiempos medios" y "tiempos cortos". Estos pueden ser ciclos (en donde se entrecruzan lo estructural y lo dinámico) y coyunturas, y dentro de ellas tiempos aún más "breves".
La coyuntura no puede ser menospreciada por su aparente inmediatez y fugacidad. Tiene tanta profundidad y complejidad como el proceso histórico de larga duración, ya que, como sostiene Pierre Vilar, "es el conjunto de las condiciones articuladas entre sí que caracterizan un momento en el movimiento global de la materia histórica. En este sentido, se trata de todas las condiciones, tanto de las psicológicas, políticas y sociales como de las económicas o meteorológicas. En el seno de lo que hemos llamado la 'estructura' de una sociedad, cuyas relaciones fundamentales y cuyo principio de funcionamiento son relativamente estables, se dan en contrapartida unos movimientos incesantes que son resultado de este mismo funcionamiento y que modifican en todo momento el carácter de estas relaciones, la intensidad de los conflictos, las relaciones de fuerza". En definitiva, "examinar la coyuntura equivale a definir el momento."[3][3] Las coyunturas, o incluso los acontecimientos (tiempo más breve aún), nos revelan las contradicciones de la estructura, poniendo la fecha de la conmoción o choque histórico, pero no la causa. La estructura histórica es un entramado de relaciones entre los hechos; un conjunto de relaciones en mutua interconexión y en perpetuo movimiento. Esa historia estructural de períodos largos y medios está jalonada de situaciones coyunturales que no hacen sino expresar a su más alto nivel la problemática latente en la estructura. Todo conflicto, crisis o revolución social, que parecen netamente coyunturales, no se pueden estudiar sin conocer la estructura y los tiempos largos en los cuales se insertan. Pero la naturaleza contradictoria y conflictual de estos tiempos de larga duración se pone de manifiesto abiertamente a nivel de la coyuntura, que representa el momento en que los elementos que forman el conjunto estructural entran en conflicto abierto, al agudizarse sus contradicciones.
Claro que no todas las coyunturas tienen trascendencia histórica. Consideremos un ejemplo de coyuntura especialmente relevante para el tema que aquí tratamos: las crisis sociales y políticas. Están las superficiales y que discurren como meras peripecias, porque la contradicción que portan no tiene carácter antagónico. Son conflictividades internas en el seno del bloque de las clases dominantes. Y están las crisis que se transforman en verdaderas coyunturas históricas, cuando el conflicto alcanza un nivel en el que se hace posible el cambio estructural. Sin ese conflicto manifiesto, sin las grandes rupturas y quiebres históricos, no hay auténtica historia ni comprensión de los tiempos largos. Todo esto debe ser comprendido tanto por el historiador como por el militante revolucionario. Es posible trazar un paralelismo entre ambos. Los dos estudian y actúan sobre procesos y estructuras, pero ninguno puede olvidar las coyunturas, los episodios, los "momentos". El historiador, por oficio, está condicionado por una exigencia cronológica a fechar con precisión y a destacar esos instantes. El revolucionario debe interpretar e intervenir sobre ellos, sin perder de vista el contexto temporal, estructural y pluricausal que los comprende.
La revolución por la que los marxistas revolucionarios luchamos, como vimos, es inmensa, en términos diacrónicos y sincrónicos, pues se presenta como una auténtica era de transformación social, que debe conducir a la completa emancipación del genero humano. Por su complejidad, por su totalidad y por su radicalidad, la revolución socialista mundial es un proceso de gran escala y de larga duración. Pero no es completamente uniforme ni unilineal. Sus tiempos y ritmos internos no pueden medirse sólo con una regla gradualista. Como en todos los grandes procesos históricos de transformación social, la revolución socialista tiene etapas, períodos, situaciones, coyunturas, ciclos de ruptura, episodios, y aun momentos, que es decisivo reconocer para encontrar en cada uno de ellos la perspectiva revolucionaria. Es imperdonable confundir el proceso en su globalidad y unicidad, con los distintos tiempos históricos "medios" y "cortos" que lo conforman y redefinen.
Un momento clave en el tiempo histórico de la revolución: la insurrección y la lucha por el poder
Ya hablamos de revolución como proceso histórico, y señalamos que, ciertamente, la revolución socialista mundial es un proceso histórico de larga duración, que engloba a una totalidad de esferas (políticas, sociales, económicas, culturales, ideológicas, morales). Por ello, ni se agota, ni se limita, ni se define en tal o cual momento de ese extenso tránsito temporal. Pero ninguna de estas consideraciones podría justificar el ignorar la complejidad, diversidad y especificidad de "tiempos históricos" que supone, y mucho menos abandonar la precisión de los momentos de ruptura que posibilitan los grandes cambios históricos; cuando los elementos que forman el conjunto estructural entran en conflicto abierto, al agudizarse sus contradicciones.
Para la revolución socialista, esos episodios descollantes, emergentes, de naturaleza claramente conflictiva, son las crisis orgánicas o revolucionarias, en las cuales las clases o bloques sociales dominantes pierden, primero, su hegemonía ideológica y, luego, las bases sociales en que se apoyaban (es decir, su representatividad y autoridad). Allí el poder de las clases dominantes entra en un impasse, en un desasosiego, en un colapso (generalmente causal, y no casual). Dichas crisis no pueden ser excesivamente duraderas y se cierran con grandes acontecimientos históricos, que esencialmente son dos: o las masas trabajadoras insurreccionadas desbaratan y arrancan ese poder a las clases dominantes; o estas últimas se recomponen, aplastan la insubordinación y recomponen los tejidos de represión y dominio. Insurrección y represión contrarrevolucionaria: he allí los dos momentos políticos claves a los que toda revolución auténtica se topará en los momentos iniciales de su recorrido, que abrirán (o cerrarán, en caso de triunfar la segunda) un largo desarrollo de transformaciones.
Aclaremos aquí una cuestión de enorme importancia. Para el triunfo de la revolución socialista, las salidas y las soluciones no son únicamente políticas, pues la revolución es un todo complejo en donde lo político se enhebra profundamente con (e incluso en) lo social. De hecho, es lo social, la participación de las más amplias masas explotadas, lo que debería adquirir mayor peso y relevancia en todo el proceso revolucionario y transicional. No hay duda de que la gran enseñanza de las revoluciones de este siglo es que cuando retrocede la incidencia de lo social, cuando la acción libre y conciente de las masas es entumecida y paralizada por las telarañas de los dispositivos institucionalistas o estatalistas, las revoluciones pierden toda su vitalidad histórica. Pero no se puede admitir tampoco el error opuesto, el de creer que sin la resolución del problema "político" es posible la transición al socialismo. En el "tiempo corto" de una crisis revolucionaria se requiere de una respuesta social y política precisa, la insurrección. La insurrección es la movilización y autoorganización de las masas que derrocan el poder de los explotadores. Es un hecho tanto social como político. Allí no se condensan todos los problemas de la revolución y de la transición al socialismo, ni muchos menos acaban; ni siquiera comienzan, pues el desarrollo de la conciencia socialista de las masas debe ser muy anterior a este episodio, para que éste ocurra y se convierta en una palanca de progreso histórico. Pero sin este punto de ruptura que representa la insurrección, no hay revolución ni transición socialista posible.
En una genuina transición al socialismo se deberá tender a una consciente y enérgica acción de progresiva disolución del Estado, la política y todas las instituciones y prácticas de dominación social. Pero la prédica antipoliticista por sí misma resulta impotente para promover y entender algunos pasos decisivos en esta transición. Porque es preciso atender las exigencias de los "tiempos cortos", particularmente la que hace a la necesidad de una política socialista y revolucionaria por parte de la clase obrera en lucha contra el Estado burgués. La política de la burguesía debe ser enfrentada concreta y materialmente por una política obrera revolucionaria; el Estado de la burguesía debe ser destruido y reemplazado por el "semi-estado" (como dijera Lenin) de los obreros armados. No se reemplaza la lucha contra el poder burgués y por el poder de los trabajadores con formulaciones abstractas, de raigambre anarquista, que parecen suponer la posibilidad de la extinción, en un acto y por decreto, del Estado, de la política y de toda institución. No es posible concebir una verdadera transición al comunismo sin una creciente socialización y apropiación directa de la producción y de todas las formas de decisión social por parte de trabajadores y consumidores. Allí está la experiencia de la evolución de la URSS para demostrarnos lo que ocurre eliminando esta norma. Pero también es cierto que esta transición nunca comenzará realmente ni se posibilitará históricamente (ver las lecciones de la Revolución Española) sin el derrocamiento del poder burgués mediante una insurrección victoriosa y su reemplazo por un semi-estado de las masas trabajadoras, constituido por la más amplia democracia, la libre iniciativa y el autogobierno de productores y consumidores.
Ya hicimos nuestra crítica (y autocrítica) de los errores derivados de considerar a la revolución rusa y al poder bolchevique como "modelos" a salvo de críticas. Pero esto debe ser extendido a otras experiencias, como por ejemplo la de la revolución española. Ninguna reivindicación u homenaje que hagamos a la revolución española es excesivo, pues se trató de una gesta de lucha epopéyica. Y no sólo cabe la admiración por el heroísmo y entrega que millones de explotados mostraron en España entre 1936-1939; también merecen una profunda reflexión las experiencias de socialización o "colectivización" que allí se pusieron en práctica. Pero, desde el marxismo revolucionario, sería imperdonable no destacar también otra de las grandes enseñanzas que nos dejó aquella experiencia ibérica: la dirección anarquista que orientaba mayoritariamente a las masas catalanas (y que gozaba de un enorme prestigio en toda la península) hizo que éstas no se orientaron hacia la destrucción del estado burgués y no alcanzaran a tener una política clara y firme frente al régimen republicano (que rápidamente adoptó un curso contrarrevolucionario). Esta negativa a arrancar el poder político a la burguesía finalmente coartó de raíz sus avanzadas experiencias de colectivización. Señalamos esto porque los diversos intentos que se han hecho para oponer el colectivismo de la revolución española al estatismo ruso dejan de lado el "detalle" de que la revolución en España detuvo su marcha, relativamente, mucho antes que en Rusia. Carece de toda seriedad olvidar este punto y sostener que se trató de una revolución "superior" e "insuperable", y peor aún es ocultar este malabarismo argumental con todo tipo de sorprendentes exageraciones y distorsiones referidas a la revolución española. Cada vez que reaparece este tipo de argumentos, cabe volver a las conclusiones que sacaba Karl Korsch. Este apasionado defensor de la colectivización y los trabajadores de la CNT escribió en 1938:"Quien quiera calibrar con realismo el trabajo positivo llevado a cabo por el proletariado revolucionario en Cataluña y en otras regiones de España deberá abstenerse de enjuiciar sus logros tanto a la luz de unos ideales puramente abstractos como a la de los resultados alcanzados por otros movimientos revolucionarios en circunstancias radicalmente distintas. No cabe la menor duda de que, en sus frutos tangibles, ni siquiera en las industrias catalanas, donde podemos estudiarla en forma más evolucionada, puede decirse que la colectivización se haya aproximado a la imagen ideal que de la misma nos ofrece la teoría socialista y comunista. Y esta distancia aumenta si comparamos dicha realidad con los elevados sueños de varias generaciones de obreros revolucionarios sindicalistas y anarquistas desde los días de Bakunin". Y más significativa es su caracterización de que "...las acciones revolucionarias de los obreros catalanes fueron efectivamente frenadas por su tradicional abstinencia política. Ni siquiera las más radicales medidas económicas dictadas por ellos en el momento en que parecían ser los dueños absolutos de la situación –y en el que como tales se tenían-- dieron lugar a resultados similares a los que hicieron que las medidas económicas y políticas de la dictadura bolchevique llenaran de furia y espanto a sus enemigos del interior y de todo el mundo burgués. En las crónicas burguesas sobre la España revolucionaria apenas encontramos el desasosiego con el que los observadores extranjeros daban cuenta del presunto "horror" de la revolución bolchevique en la época del cordon sanitaire". Y, después de ilustrar con varios ejemplos, concluye este autor: "El hecho de que la CNT y la FAI se hayan visto por fin obligadas, en virtud de tales experiencias harto amargas, a deponer su tradicional estrategia de abstencionismo polític,o ha hecho ver a todos los revolucionarios con la excepción de algunos grupos anarquistas desesperadamente sectarios la íntima relación existente entre la acción económica y la acción política en todas las fases de la lucha de clases del proletariado, y muy especialmente en la fase revolucionaria. Esta es la enseñanza más importante de la revolución española episodio final de la ola revolucionaria desencadenada a raíz de la primera guerra mundial. En síntesis, la revolución española enajenó su destino cuando no encaró la resolución de un problema clave: la destrucción del Estado burgués. En este sentido, sí fue "superada" y fue "inferior" a la rusa de 1917. Aquel episodio decisivo, aquel "tiempo corto" de la insurrección y la toma del poder por parte del proletariado y las masas explotadas, nunca se produjo y cedió su lugar a la contrarrevolución falangista.
La violencia en el proceso revolucionario
El problema de la violencia nos remite de lleno a la relación entre medios y fines. Por supuesto, el ejercicio de la violencia debe entenderse, desde una perspectiva socialista revolucionaria, sólo como un medio para la transformación socialista de la sociedad y la emancipación toda del género humano, nunca como un fin; tampoco debe confundirse la necesidad de ésta con una virtud. El marxismo revolucionario siempre sostuvo que la violencia era una necesidad que surgía del mismo movimiento revolucionario: no habría transición posible sin vencer la oposición, la feroz resistencia que opondría la clase dominante y sus instrumentos institucionalizados de fuerza. Abreva en toda una tradición que recogió la experiencia histórica de las revoluciones y luchas revolucionarias, desde la francesa de 1789 en adelante. Hasta mediados del siglo XIX, estaba establecido como sentido común que la violencia revolucionaria era el único medio de lograr la emancipación del trabajo. Marx sólo alguna vez entrevió la posibilidad de un tránsito pacífico, allí donde la burocracia y el ejército no dominaran el Estado, donde la clase obrera fuera absoluta mayoría y estuviera muy organizada (con alto nivel político y cultural), y existiera una tradición de la clase dominante por buscar vías de compromiso. Frecuentemente pensaba en Inglaterra. Pero no dejaba de señalar: "en la mayor parte de los países continentales habra que forzar la palanca de la revolución"
Son numerosas las ocasiones en las que Marx y Engels, de manera explícita, destacaron el carácter necesariamente violento que adquiriría el desarrollo de la revolución obrera y socialista, y los recaudos que en ese sentido debería tomar el proletariado. Veamos ésta: "La revolución es un acto a través del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte mediante fusiles, bayonetas y cañones, es decir, con los medios más autoritarios que se pueden imaginar."[4][6] O esta otra: "La violencia es la partera de toda vieja sociedad que anda preñada de una nueva". O ésta: "La violencia es el instrumento con el cual el movimiento social se impone y rompe formas políticas enrigidecidas y muertas"[5][7] . O ésta: "... el partido vencedor está obligado necesariamente a mantener su dominio por el miedo que sus armas inspiren a los reaccionarios" o ésta: "... el proletariado, destruyendo por la fuerza a la burguesía, coloca los cimientos de su dominación."
Fue la socialdemocracia hacia fines del siglo XIX la que, a medida que adoptaba un curso reformista, comenzó a insistir con los planteos pacifistas. Los bolcheviques rusos, en su larga experiencia de lucha contra el Estado autocrático zarista y la Internacional Comunista luego, condenaron estas posiciones y concluyeron, como antes lo habían hecho Marx y Engels, que el Estado capitalista se vería compelido a impedir las libertades democráticas y a apelar a la violencia cuando se viera amenazada seriamente la propiedad de los medios de producción. Es verdad que los socialistas revolucionarios no podemos predicar ni reivindicar históricamente el uso de un terror sistemático descontrolado, las prácticas de la violencia elitista de grupos aislados, el empleo de la tortura, el principio de la venganza ciega. Como diría el viejo Marx, "Nada de lo humano nos es ajeno". Por eso, intentaremos que la violencia quede reducida al mínimo y sea manejada con extrema discreción. Pero eso no nos impide entender que la violencia estará necesariamente presente en el proceso revolucionario. Este mismo enfoque es el que sostenía Rosa Luxemburgo: "En las sangrientas revoluciones burguesas, el terror y el asesinato político fueron las armas indispensables para la insurrección de las clases. La revolución proletaria no necesita del terror para realizar sus objetivos, ve con aversión y con repugnancia la carnicería de los hombres (...) Pero la revolución proletaria es, al mismo tiempo, la muerte segura de toda servidumbre y opresión (...) Todas las clases dominantes han defendido siempre sus privilegios hasta el final, con la más rabiosa energía (...) La clase de los capitalistas imperialista (...) supera en bestialidad, en cinismo descarado, en ignominia, a todas sus predecesoras (...) Removerá el cielo y el infierno contra la revolución proletaria (...) Todas estas resistencias deberán ser destruidas pasos a paso, con un puño de hierro, con una energía tenaz. Se necesita oponer a la violencia de la contrarevolución la violencia revolucionaria de todo el proletariado".
Es correcto criticar la práctica y la teoría del "Terror Rojo", tal como se expresa por ejemplo en Terrorismo y Comunismo de León Trotsky. Decimos sin subterfugios que consideramos que ese libro estaba equivocado en 1920, y podríamos agregar que Nahuel Moreno repitió y multiplicó ese error cuando escribió La Dictadura Revolucionaria del Proletariado, y que todos nosotros compartimos hasta hace algunos años semejantes errores. Aclarado esto, sin embargo, debemos señalar que no existe ninguna justificación para pasar lisa y llanamente a ignorar la necesidad de la violencia en el proceso revolucionario.
No nos preocupa permanecer fieles a las observaciones clásicas formuladas por el marxismo a lo largo de 150 años, sino atender a las enseñanzas básicas que emergen de la experiencia vital de los propios trabajadores en la lucha de clases. No estamos exhumando el espíritu de Robespierre si afirmamos que la violencia no está sólo presente en el momento insurreccional, sino que recorre todo el proceso revolucionario y aun las luchas defensivas mínimas de los explotados. Cualquier trabajador o luchador social consciente sabe que la pelea contra los "carneros", el enfrentamiento a la represión patronal-estatal en huelgas y manifestaciones o la defensa frente a las bandas armadas de la burguesía siempre han dado como producto una violencia más o menos organizada por parte de los explotados, si de verdad estamos ante un movimiento social combativo. Esto adquiere aún más importancia cuando de las grandes rebeliones se trata. Es que la reacción del orden capitalista siempre fue brutal y obligó a las masas trabajadores a buscar formas más o menos organizadas de autodefensa armada. Marx ya observaba, luego del aplastamiento de la Comuna de París, la forma en como se manejaban las clases dominantes: "La civilización y la justicia del orden burgués aparecen en todo su siniestro esplendor dondequiera que los esclavos y los parias de este orden osan rebelarse contra sus señores. En tales momentos, esa civilización y esa justicia se muestran como lo que son: salvajismo descarado y venganza sin ley".
Es por esto que no podemos ni debemos presentarnos como pacifistas, ocultando que la mayor parte de las veces la violencia revolucionaria surgió como una necesidad y como un producto de la consolidación y maduración de los procesos de lucha, cuando se conforman organismos más o menos sólidos (milicias, consejos, tribunales, grupos de autodefensa, etc.) para enfrentar la cuestión militar, un aspecto presente en toda auténtica revolución.
Corolario de Ideas "sintesis"
Hace algunos años, en el final de una polémica con E. P. Thompson, Perry Anderson sintetizó sus ideas sobre la revolución escribiendo: "Para nosotros, una revolución socialista significa (...): la disolución del Estado capitalista existente, la expropiación de los medios de producción a las clases propietarias y la construcción de un nuevo tipo de Estado y de orden económico, en el que los productores asociados puedan ejercer por primera vez un control directo sobre su vida laboral y un poder también directo sobre su gobierno político.
Este cambio no se producirá sin una crisis económica esencial determinada bien por las contradicciones previas del propio desarrollo capitalista, bien por los inevitables desajustes introducidos por el intento de modificar los mecanismos de la acumulación en una economía de mercado. Cuando se disponga a aparecer, el primer centro de poder de la clase burguesa pasará a los aparatos represivos del Estado más que a los representativos. Estos aparatos deben ser destruidos como instituciones organizadas para que pueda llevarse a cabo una transferencia revolucionaria del poder.
Esto sólo puede lograrse mediante la creación de órganos de democracia socialista que movilicen a una fuerza popular capaz de minar la unidad de la maquinaria coactiva del Estado establecido y anular la legitimidad de su maquinaria parlamentaria, tanto si el gobierno está en manos de la izquierda como si no, lo cual no es más que una contingencia. La aparición de esas formas de segundo poder, que encarnan la soberanía de una democracia proletaria alternativa y antagónica a la propiciada por la democracia burguesa, debe ser el objetivo estratégico a largo plazo del movimiento socialista. Su práctica política a corto plazo debería tratar de vincular conscientemente las exigencias inmediatas de la clase obrera a dicho objetivo final mediante la formulación de metas provisionales, calculadas para desequilibrar el orden establecido y unir a todos los grupos y estratos oprimidos contra él.
El advenimiento político de una situación de doble poder, acompañada del inicio de una crisis económica, no permite una resolución gradual. Cuando la unidad del Estado burgués y la reproducción de la economía capitalista se quiebran, la sacudida social consiguiente debe oponer, rápida y fatalmente, revolución y contrarrevolución en una violenta convulsión. En un conflicto así, el capital siempre dispondrá de una base de masas, mayor que un puñado de monopolistas.
En el desenlace, los socialistas intentarán evitar una conclusión por las armas, pero no crearán ilusiones acerca de la probabilidad de recurrir a ellas. El capitalismo no triunfó en ningún país avanzado del mundo actual (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Japón o los Estados Unidos) sin un conflicto armado o una guerra civil.
La transición económica del feudalismo al capitalismo, es sin embargo, la transición de una forma de propiedad privada a otra. ¿Es imaginable que el cambio histórico mucho mayor implícito en la transición de la propiedad privada a la colectiva, que precisa de medicinas más drásticas para la expropiación del poder y la riqueza, asuma formas políticas menos duras? Además, si los sucesivos pasos de la antiguedad al feudalismo y de éste al capitalismo produjeron cambios históricos en los tipos de régimen y representación (de las asambleas de ancianos a los estamentos medievales, y de éstos a los parlamentos burgueses, por no hablar de los Estados imperiales, absolutistas y fascistas), ¿es posible que el paso al socialismo, que ya ha renunciado tanto a los consejos de obreros como a los Estados burocráticos, no los produzca también?La tradición a la que pertenecen estas concepciones es, hablando en términos generales, la de Lenin y Trotski, Luxemburgo y Gramsci".
yop